Cena
El fulano que acaba de sentarse cerca de mi mesa tiene aspecto de estar bastante satisfecho de la existencia. Entró, cruzó el local y se acomodó como si la noche le perteneciera, gozando de la silla, la refrigeración, el murmullo de la gente y toda la fuerza de sus 50 años. Pasea alrededor una mirada cargada de simpatía. Nadie parece haber advertido esta generosa propuesta de comunicación. Nadie, salvo yo, que me pongo alerta.
Se acerca el mozo y le alcanza la lista forrada en cuerina marrón. El fulano agradece con un gesto, la recorre, estudia, llama al mozo y formula un par de preguntas. Arranca con el antipasto de la casa y una botella de buen vino blanco (el más caro, según compruebo inmediatamente al consultar mi propia lista). Llega la fuente y cualquiera, esté cerca o lejos, puede apreciar el deleite con que el fulano ataca los fiambres.
MASETTO, Antonio Dal. Contratapa, 1996.
Podemos substituir as palavras mozo, lista e antipasto, respectivamente, sem alteração de sentido, por:
El hombre que aprendió a ladrar
Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que ladro por no llorar”. Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.
¿Cómo amar entonces sin comunicarse?
Para Raimundo representó un día de gloria cuando su ladrido fue por fin comprendido por Leo, su hermano perro, y (algo más extraordinario aún) él comprendió el ladrido de Leo. A partir de ese día Raimundo y Leo se tendían, por lo general en los atardeceres, bajo la glorieta y dialogaban sobre temas generales. A pesar de su amor por los hermanos perros, Raimundo nunca había imaginado que Leo tuviera una tan sagaz visión del mundo.
Por fin, una tarde se animó a preguntarle, en varios sobrios ladridos: “Dime, Leo, con toda franqueza: ¿qué opinás de mi forma de ladrar?”. La respuesta de Leo fue bastante escueta y sincera: “Yo diría que lo haces bastante bien, pero tendrás que mejorar. Cuando ladras, todavía se te nota el acento humano.”
BENEDETTI, Mario. El hombre que aprendió a ladrar y otros cuentos, 2001. Disponível em: <http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/benedett/el_hombre_que_aprendio_a_ladrar.htm>. Acesso em: 08 dez. 2015.
De acordo com o texto, Raimundo aprendeu a latir para
Sólo vine a hablar por teléfono
[…] Estábamos en el Marítim, el populoso y sórdido bar de la gauche divine en el crepúsculo del franquismo, alrededor de una de aquellas mesas de hierro con sillas de hierro donde sólo cabíamos seis a duras penas y nos sentábamos veinte […].
MÁRQUEZ, Gabriel García. Doce cuentos peregrinos, 1992. Disponível em: <http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/esp/ggm/solo_vine_a_hablar_por_telefono.htm>. Acesso em: 08 dez. 2015.
A palavra destacada pode ser substituída, sem alteração de sentido da frase, por
María de mi Corazón
Hace unos dos años, le conté un episodio de la vida real al director mexicano de cine Jaime Humberto Hermosillo, con la esperanza de que lo convirtiera en una película, pero no me pareció que te hubiera llamado la atención. Dos meses después, sin embargo, vino a decirme sin ningún anuncio previo que ya tenía el primer borrador del guión, de modo que seguimos trabajándolo juntos hasta su forma definitiva. Antes de estructurar los caracteres de los protagonistas centrales, nos pusimos de acuerdo sobre cuáles eran los dos actores que podían encarnarlos mejor: María Rojo y Héctor Bonilla. Esto nos permitió además contar con la colaboración de ambos para escribir ciertos diálogos, e inclusive dejamos algunos apenas esbozados para que ellos los improvisaran con su propio lenguaje durante la filmación […].
GARCÍA MÁRQUEZ, Gabriel. El país, 5 mayo. Disponível em: http://elpais.com/diario/1981/05/05/opinion/357861609_850215.htlm. Acesso em: 08 dez. 2015.
No trecho “[…] Dos meses después, sin embargo, vino a decirme sin ningún anuncio previo que ya tenía el primer borrador del guión, de modo que seguimos trabajándolo juntos hasta su forma definitiva [...]”, a palavra destacada se refere a
La honestidad
Empujando un carrito con una bandeja en la que hay un vaso de agua, un frasco de cápsulas, un termómetro y una carpeta, la enfermera entra en la habitación 93, dice «Buenas tardes» y se acerca a la cama del enfermo, que yace con los ojos cerrados. Lo mira sin excesivo interés, consulta las indicaciones colgadas a los pies de la cama, saca una cápsula del frasco que lleva en el carrito y, mientras coge el vaso de agua, dice:
– Señor Rdz, es hora de la cápsula.
El señor Rdz no mueve ni un párpado. La enfermera le toca el brazo.
– Vamos, señor Rdz.
Con los presentimientos más negros, la enfermera coge la muñeca del enfermo para tomarle el pulso. No tiene. Está muerto.
Guarda la cápsula en el frasco, arrincona el carrito y sale de la habitación. Corre hasta el mostrador de control de esa ala del hospital (la D) y le anuncia a la enfermera jefe que el paciente de la habitación 93 ha muerto […].
MONZÓ, Quim. El porqué de las cosas, 1994. Disponível em: https://www.wattpad.com/87451468-elporqu% C3%A9-de-las-cosas-la-honestidad>. Acesso em: 08 dez. 2015. No trecho “[…]
Lo mira sin excesivo interés, consulta las indicaciones colgadas a los pies de la cama, saca una cápsula del frasco que lleva en el carrito y, mientras coge el vaso de agua, dice [...]”, a expressão destacada estabelece com a frase anterior uma relação de
Cartas de amor traicionado
[…] Las cartas comenzaron a llegar regularmente. Sencillo papel blanco y tinta negra, una escritura de trazos grandes y precisos. Algunas hablaban de la vida en el campo, de las estaciones y los animales, otras de poetas ya muertos y de los pensamientos que escribieron. A veces el sobre incluía un libro o un dibujo hecho con los mismos trazos firmes de la caligrafía. Analía se propuso no leerlas, fiel a la idea de que cualquier cosa relacionada con su tío escondía algún peligro, pero en el aburrimiento del colegio las cartas representaban su única posibilidad de volar. Se escondía en el desván, no ya a inventar cuentos improbables, sino a releer con avidez las notas enviadas por su primo hasta conocer de memoria la inclinación de las letras y la textura del papel. Al principio no las contestaba, pero al poco tiempo no pudo dejar de hacerlo. El contenido de las cartas se fue haciendo cada vez más útil para burlar la censura de la Madre Superiora, que abría toda la correspondencia. Creció la intimidad entre los dos y pronto lograron ponerse de acuerdo en un código secreto con el cual empezaron a hablar de amor […].
ALLENDE, Isabel. Cuentos de Eva Luna. Disponível em: http://www.cuentosinfin.com/cartas-deamor- traicionado/>. Acesso em: 08 dez.2015.
No trecho “[...] Se escondía en el desván, no ya a inventar cuentos improbables, sino a releer con avidez las notas enviadas por su primo hasta conocer de memoria la inclinación de las letras y la textura del papel […]”, a expressão destacada estabelece com a frase anterior uma relação de